Mis Experiencias con la Madre Ayahuasca
- Donaldo Humberto Pinedo Macedo
- 6 dic 2015
- 3 Min. de lectura
Soy antropólogo social criado al puro estilo positivista de la academia. Mi formación se encargó, por años, de desmitificar todo; revelar, explicar y reinterpretar fue la pasión de mis docentes y parece que he aprendido e internado pasiones ajenas. Pero la fuerza del cientismo encuentra sus límites en otro tipo de sabiduría, igual de dura e impermeable, pero más alegre, espiritual y sincera, colectiva y trascendental; permite ir más allá del embargo de los impuestos racionalistas y nos hace ver más poderosos de lo que la cotidianeidad nos muestra, poderosos pero suj

etos y muñecos de un poder que nos abruma y consume, el poder del espíritu de las plantas.
Son algo así como entes rectores que bajo su tutela nuestra vida gira y tiene sentido. No somos nada sin ellos: nos muestran la trocha en caminos enmarañados, la luz del día en selva espesa y nos dan sabiduría para enfrentar las enfermedades del corazón y del cuerpo. No dependemos de nosotros mismos; el sentido evolutivo de la especie homo sapiens sapiens, supuesto animal racional y por lo tanto superior, pierde sentido: Pertenecemos a todo cuanto existe en este mundo y talvez más allá de él. Dependemos de alguien o de algo que nos embarga. Nos dirigimos a ese Ente con respeto y reverencia, cuidadosos de no ofenderlo, sumisos, porque le pertenecemos. Cuando ello sucede la respuesta es grata, el alma se tranquiliza y la palabra “vida” toma nuevo sentido, se redefine, tiene brillo, esperanza, paz y necesidad de cambiar las cosas.
La segunda vez que me encontré con la “doctora Ayahuasca” como lo llama Joel Jahuanchi Marca, le pregunté un par de dudas aplastantes que perturbaban mi existencia, mi humor y mi paciencia. Ella, mediante escenas destellantes filmadas en blanco y negro y en cámara lenta, trató de comunicarse conmigo. Yo no entendía nada, sólo miraba atónito. Joel me decía: “pídele sabiduría, que te ayude a descifrar lo que te muestra, hazlo con fe”. La película se detuvo e inició, como dicen los expertos, cuadro por cuadro. Cada cuadro era explicado pausadamente, como para un niño atento y absorto por la belleza de los colores; cada escena pasó por el filtro de la explicación, de la enseñanza experta y me fue mostrando lo que aquéllas imágenes significaban. Tuve certeza que estaba en lo correcto. Creí entonces, y ahora, una semana después, lo confirmo.
Para llegar a este “séptimo nivel”, después de cánticos suaves y entrecortados por la sensación de vomito, hay que pasar por ciertos rituales obligatorios. Primero, preparar un lugar cómodo, apacible; luego, sentados en el suelo, frente a frente, con la espalda recta y los pies entrecruzados; Joel Jahuanchi, vestido con su vestimenta tradicional, prepara la mesa de los rituales: primero un cuero disecado de un jaguar, luego una tela multicolor y encima plumas de papagayo, collares de semillas, piedras ovaladas y brillantes, cuarcita, un hueso petrificado regentado por un collar de huayruros, agua de florida, una botella de plástico bien cerrada que fermenta el brebaje de la ayahuasca y un vaso pequeño.
Joel Jahuanchi es amigo mío, nos conocemos hace años. Nuestro encuentro, para él, estuvo predefinido por sus dioses. Para mí, era un compañero más de la facultad de Antropología de la universidad San Antonio Abad de Cusco, que hablaba de los pueblos indígenas y de sus derechos y costumbres. Otro loco con su tema, decía. Pero fuimos enterándonos de nuestras virtudes y defectos y congeniamos en encontrar un sendero paralelo y todo bien. La primera vez que me ofreció hacer una sesión de ayahuasca yo estaba entusiasmado porque habría de tener una experiencia como antropólogo, algo así como un trabajo de campo. Sueño realidad. Pensé que la cosa era ir, tomar el brebaje chamanico, volar un poco y despertar con sed y hambre e ir a la computadora a registrarlo todo. Pero resultó ser más que una sesión de ayahuasca: había que estar realmente preparado y tenía que haber un alto grado de sinceridad entre el auspiciante y el peticionado.
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